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La primera vez que oí hablar sobre Culturas Unidas fue a una compañera de trabajo que colaboraba, dando clases de informática y estaba muy contenta. Más tarde, tuve la suerte de comenzar como voluntaria en el apoyo escolar. Llevo ya unos cuantos años, sobre todo, en actividades relacionadas con los menores; además del refuerzo escolar y campamentos de verano, he participado en salidas por Madrid y excursiones.

Aunque no puedo explicar qué es lo que tiene, siento que engancha. Crees que vas a enseñar algo y te das cuenta de que realmente estás aprendiendo mucho. Los niños no dejan de sorprenderte. Me gusta su ingenuidad y su frescura ante la vida, a pesar de las situaciones complicadas que tienen algunos de ellos.

En uno de los campamentos que participé, durante unos días me quedé afónica y uno de los niños comentó: “A la profe se le ha estropeado el altavoz”. Nos arrancó a todos una carcajada.

Sus conversaciones son una mezcla entre humor y surrealismo: “Quiero ser policía” “Pues yo ladrón, ladrón de comida; un ladrón comilón”.

En refuerzo escolar, entró un chaval que resultaba conflictivo en el grupo. Molestaba a los compañeros, insultaba, no traía los deberes y se escapaba del aula en cuanto te descuidabas. Le puse una operación de matemáticas para que trabajara y me escribió pequeñito en el papel “Ayúdame”. Hacía el rol de malote sólo para llamar la atención y me desarmó con su mensaje. Aún sigue asistiendo y ya está completamente integrado con sus amigos.

En otra ocasión, recuerdo que volvíamos de una excursión e iba hablando con uno de los niños, que tendría unos 5 años. Le explicaba que guardara todas sus cosas en la mochila para que su madre no le regañara al llegar. Me dijo: “¿Qué hay que hacer para ir al cielo?”. No sabía a qué venía la pregunta e improvisé: “No tengas prisa por ir al cielo, ya irás…” Insistió: “¿Pero del cielo se puede volver?” “No, no se vuelve, por eso es mejor no tener prisa”, le dije. Contestó: “Es que mi mamá está en el cielo”. La mezcla de estupor, ternura y desvalimiento que me provocó ese chiquillo, siempre alegre y participativo, me dejó descolocada. No había drama en su modo de contármelo. Como es muy dicharachero e imaginativo, dudé si me estaría vacilando.

Cuando constaté que era cierto, admiré su modo de expresar y vivir esta carencia tan importante, siendo tan pequeño.

La mayoría de los niños y niñas siguen año tras año. Ves cómo se hacen amigos y reconforta constatar sus logros a lo largo del tiempo. Cuando van haciéndose mayores, parece que no se quisieran ir. Algunos continúan de adultos, participando como monitores voluntarios o pasan a ser empleados. Creo que es representativo de la buena labor que hace la asociación.

Me alegra que lleve funcionando tanto tiempo, espero que continúe por muchos años y poder seguir colaborando.